Samaa Mahmoud se siente aliviada y un poco feliz. “Porque Anwar Raslan pasará ahora el resto de su vida en prisión”. Pero la joven siria también subraya: “No queremos venganza, queremos justicia. Y esto es un comienzo. No más, pero tampoco menos”.
Durante todo el día, Samaa Mahmoud permaneció en protesta silenciosa frente al edificio de piedra arenisca del Tribunal Regional Superior de Coblenza, con una foto de su tío Hayan Mahmoud en sus manos. Desapareció en 2012 en el sistema represivo sirio, como miles de otros. Probablemente esté muerto.
Mientras tanto, dentro de la sala, la jueza Anne Kerber ha pronunciado la sentencia contra un antiguo miembro de este sistema represivo. El ex coronel del servicio de inteligencia Anwar Raslan pasará el resto de su vida en prisión: por crímenes de lesa humanidad, asesinato en 27 casos, tortura y privación grave de la libertad en al menos 4.000 casos, por violación y abuso sexual de prisioneros, ocurridos entre abril de 2011 y septiembre de 2012.
El acusado, de 58 años recibió el veredicto inmóvil, al menos exteriormente. Durante las más de cuatro horas de explicación de la sentencia, Anwar Raslan hizo lo que siempre había hecho durante el juicio: tomar notas. Como si volviera a caer en su papel de investigador, solo que esta vez por cuenta propia.
El veredicto marca el final de un juicio monstruoso que duró casi dos años; el primer juicio en todo el mundo contra miembros del sistema de tortura sirio. En un total de 108 días de proceso, fueron escuchados más de 80 testigos y peritos. Se examinaron atrocidades incalificables en la sala, y el sistema de tortura y opresión del régimen de Assad se puso de manifiesto en su totalidad.
En su argumentación, la jueza Kerber trazó un amplio arco desde los inicios del gobierno del clan Assad en la década de 1970 hasta el papel de los servicios secretos como medio para asegurar el poder y la brutal represión de la revolución siria en 2011 y 2012, pasando por la culpabilidad individual del acusado. Había llegado a jefe de la subdivisión de interrogatorios del departamento 251 del ejército, responsable de la seguridad en Damasco y sus alrededores. Era el superior de entre 30 y 40 subordinados en la prisión de Al-Khatib, en el corazón de Damasco.
Un lugar de horror
Es esta prisión sobre la que tantos supervivientes de la tortura testificaron en el juicio. Un lugar de horror, lleno de los gritos de los torturados, con unas condiciones carcelarias indescriptibles para los prisioneros que no sabían si volverían a salir vivos de ese infierno.
Con el inicio de las protestas, dijo la jueza Kerber, los métodos de los servicios secretos cambiaron fundamentalmente. La tortura ya se había utilizado antes para obtener información. Pero ahora se trataba de la disuasión, la venganza y la destrucción física de los miembros de la oposición. La mera reclusión en este lugar de horror equivalía a una tortura, subrayó la jueza Kerber.
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